La segunda Copa 'maccabea'
Los ‘maccabeos’ jugaban casi de memoria, con un quinteto clásico que duró casi un lustro, los Aroesti, Berkovich, Perry, Silver y Williams tenían clase, conjunción y entendimiento pero les faltaba el premio mayor que llegó un año más tarde, en el curso 80-81. El rival, la Virtus de Bolonia. Un partido marcado por la polémica, que sirvió para colocar la segunda Copa en la vitrina israelita.
Cantú emulando a Varese
Imitando la gesta del Varese, otra pequeña población italiana llegaba a lo más alto. El Cantú había cosechado grandes éxitos en la Recopa y Copa Korac, pero faltaba la guinda que se tradujo en un histórico doblete de la Copa de Europa de campeones de Liga (1982 y 1983).
El equipo se apoyaba en jugadores italianos como los incombustibles Marzorati (22 temporadas), Antonello Riva (16) y Bosa (15), ayudados por norteamericanos como Brewer o Flowers. El segundo entorchado europeo consecutivo, bajo el nombre comercial de Ford Cantú, fue ante el Olimpia Milano, en un ajustado final.
No hay juego: la Banca gana
La plata angelina
España tuvo su ración de gloria con la plata de los JJ.OO de Los Ángeles en 1984. Nuestra selección y clubes eran una de las potencias del viejo continente, con referencias como Epi o Fernando Martín. Y aquel metal supo a oro porque los norteamericanos con Patrick Ewing, Abdul-Jabbar y Michael Jordan parecían jugar a otro deporte, más divino, menos humano, e inalcanzable para el resto de los jugadores.
La Cibona de Petrovic
En la antigua Yugoslavia, la Cibona de Zagreb se iba a convertir consecutivamente en doble campeona de Europa (1985 y 1986). El nuevo sistema de puntuación, con una línea de triples a 6’25m del aro, y la genialidad de un jugador único, diferente, irrespetuoso, desequilibrante y genial como Drazen Petrovic, escoltado por su hermano, Alexander, quien solventaba los ataques croatas cuando éstos se atascaban y apoyado por jugadores como Cutura o Cvjeticanin, que eran el complemento perfecto a una maquinaria de jugar al basket.El 'genio de Sibenik' con la camiseta de la Cibona. |
La final entre la Cibona Zagreb y el Zalgiris Kaunas en 1986, llegaba envuelta en un clima hostil entre ambas plantillas. En el equipo soviético, actualmente lituano, se encontraban tres jugadores fundamentales Kurtinaitis, Homicius y un colosal Sabonis. La estrategia de los balcánicos era clara: intentar sacar del partido al 'Zar', y lo consiguieron cuando reprendió una agresión a un compañero con un puñetazo, que le condujo a abandonar el partido y facilitar el segundo título para la Cibona.
Expulsión de Sabonis en la final europea de 1986. |
La guerra fría traslada a las canchas
En el campeonato del Mundo de baloncesto de 1986, celebrado en España, tuvo un capítulo final fiel reflejo de la situación política: las dos super potencias del planeta se medían en Madrid. Estados Unidos contra la URSS. El campeonato cayó del lado norteamericano, por un apretado resultado, ante una selección soviética en la que contaba con figuras como Valters, Volkov, Tkachenko, Kurtinaitis, Chomičius, Tikhonenko y ese gigante capaz de moverse con soltura en la pintura: Sabonis.Los dioses griegos del basket
Ningún representante heleno se lograba colar en las finales de clubes de la máxima competición, pero la selección griega, apoyada en un bullicioso público del Palacio de la Paz y la Amistad de Atenas, llevó al combinado nacional al Olimpo, coronándose como reyes de Europa en 1987. Con nombres ilustres como Nikos Galis, Panagiotis Yiannakis, Panagiotis Fassoulas o Fanis Christodoulou.
Nikos Galis, durante el exitoso europeo de la selección helena en 1987. |
El doblete de la Cibona fue continuado por el Tracer de Milán, que se apuntó a la moda de coleccionar campeonatos de manera compulsiva (1987 y 88), ambos frente al Maccabi, el primero a único partido y el segundo en una espectacular final four, que volvía a implantarse como sistema de competición, fórmula heredada del baloncesto universitario norteamericano
Aquel campeonato de 1988 mostraba lo mejor del continente: con el Partizán de Belgrado, comenzando a exhibir sus aptitudes (Divac, Paspalj y Djordjevic), la anarquía del Aris de Salónica (de Gallis y Yannakis), la veteranía del Tracer-Philips Milano (Mike D'Antoni, Mike Brown, Dino Meneghin, Ricardo Pittis y Bob McAdoo) y el siempre combativo Maccabi Tel-Aviv (Doron Jamchy, Berkovich, Kevin Magee, Motti Aroesti y Kenny Barlow). La nota anecdótica la pusieron los aficionados del Aris, animando de espaldas durante gran parte del partido final entre la Philips y el Maccabi.
Popularizando Split
La tendencia de conquistar dos Copas de Europa caló en una hornada de jugadores que había ido aprendiendo de los errores de su juventud y de las derrotas, hasta que el cascarón se rompió para mostrar con orgullo el nombre de su población: Split.La Jugoplastika o Pop84, nombre con el que se conocía al equipo yugoslavo (actualmente Croacia) se llevó los títulos de 1989, 1990 y 1991 con grandes nombres como el versátil Toni Kukoc a quien acompañaban los Perasovic, Tabak, Radja, Savic y Dusko Ivanovic. Dirigidos por un extraordinario técnico como Boza Maljkovic que se convertía en habitual verdugo de un gran Barça, donde Epi, Audie Norris, Solozábal, Montero y Sibilio tocaban las puertas del cielo sin poder entrar.
Toni Kukoc, la elegancia del baloncesto de Split. |
Esta gloriosa década tuvo un capítulo, a modo de epílogo, casi irrepetible con la final de la Recopa de 1989 entre el Real Madrid y el Snaidero de Caserta, aquella noche se citaron dos bombarderos: Petrovic por el lado madridista y el brasileño Óscar Schmidt Becerra por el cuadro italiano. El choque fue un homenaje al baloncesto ofensivo, que acabó con el croata Drazen anotando 62 puntos, Óscar con 44, el joven Nando Gentile superando la treintena y Biriukov la veintena.
La generación de oro de los Balcanes
Antes de que Yugoslavia se desquebrajara como un enorme espejo en diferentes repúblicas, la generación más exitosa del basket balcánico se colgó una plata en los JJ.OO de Seúl 1988 y dos oros: uno en el europeo de 1989, ante Grecia, y otro en el Mundial de 1990, ante la URSS después de haberse deshecho de los EE.UU, la victoria ante los soviéticos tuvo sabor a venganza, por la derrota en la final de los Juegos Olímpicos.Aquel grupo de deportistas convivían bajo un clima de multicultural, de camaradería y hermandad, ajenos al sentimiento prebélico que se vivía en el país y que con el paso del tiempo inevitablemente fue contagiando a los integrantes de la selección, creando una sensación de ruptura que hizo que jugadores que defendían una misma bandera y colores tomaran más tarde caminos distintos, caminos marcados por la guerra, el odio, el rencor y las rivalidades. Esquirlas que se clavan en el corazón. Hermanos irreconciliables que portaban distintos símbolos.
En ambas citas, europeo del 89 y Mundial del 90, faltó otro genio: Djordjevic, al que supuestamente los desencuentros personales con Petrovic supusieron un veto para su incursión en la selección 'plavi', un bloque que quedaba definitivamente huérfano tras el conflicto bélico de los Balcanes de 1991.
Epílogo de los ochenta
El deporte de la canasta vivió sus mejores momentos en esta década, repleta de grandes partidos, de jugadores únicos, ídolos irrepetibles repartidos por todo el continente que concebían el juego sin tanto encorsetamiento táctico. Baloncesto puro que emanaba romanticismo y que se almacenó en cintas VHS y en la memoria de los que hemos amado este deporte. Los aros os añoran. El baloncesto y los aficionados, también.