martes, 6 de febrero de 2018

Metallica demuestra en Madrid su poderío en directo

El grupo estadounidense Metallica ofreció en Madrid su segundo concierto consecutivo en el WiZink Center, evidenciando que su caché sigue estando en lo más alto y que su mayor aval continúa siendo el magnetismo de su directo.

La realidad es que los californianos ya no logran la unanimidad con sus discos, un mantra que les acompaña desde el giro musical que realizaron en 1991 con el disco negro y que ahora es visto en la distancia como uno de los mejores de la carrera de los 'cuatro jinetes'.


Y es que aquel 'Black Album', sobrio en su presentación y más relajado musicalmente hablando, fue el techo del grupo en ventas y su entrada definitiva al Olimpo del rock, tras haber escrito en el espacio de ocho años cuatro de las obras claves en la historia del metal, dando las pautas del thrash metal.

El grupo regresaba a Madrid con motivo de la gira del WorldWired Tour para presentar en sociedad este décimo trabajo de estudio que ha tardado nada menos que ocho años en dar a luz y que tampoco se ha visto ajeno a las críticas, pese a presentar un sonido potente con aires clásicos, pero al que se le echa en cara un punto de virtuosismo y alma, como si la contundencia estuviera reñida con la creatividad.

Metallica, en el WiZink Center de Madrid, 5 de febrero de 2018
La actuación de los noruegos Kvelertak sirvió de preámbulo para la descarga de los de San Francisco, quienes eligieron arrancar, como es habitual, con la melodía del western 'Bueno, el Feo y el Malo' para después empezar con dos cortes de su reciente disco, los dos más celebrados y que mejor sensación dejan desde la primera escucha: Hardwire y Atlas, Rise!, los cuales sonaron más compactos en directo, pese a que el sonido del Pabellón parecía algo amortiguado, como filtrado.


El cuarteto se movía cómodo por el escenario en forma de diamante, recuperado para este tour y que permite de un modo inteligente la visión desde cualquier ángulo del graderío. Además, multitud de pantallas LED con forma de monitor se movían arbitrariamente de forma vertical, proporcionando un juego de colores y luces tremendamente efectista al que después se sumaría un original ejército de drones que aparecieron desde una trampilla para situarse por encima del grupo, sorprendiendo a propios y extraños.

Pero Metallica no solo son luces de artificio y llamaradas de fuego. Por eso no tardó en James Hetfield en recurrir a los viejos clásicos para ir alentando a las masas. Seek And Destroy y Harvester Of Sorrow daban paso al primer gran momento de la noche con Fade To Black, al que más tarde le acompañaría un For Whom The Bell Tolls que adquiere más sentido al ser interpretado en España.

Ya no había vuelta atrás. Nunca la hubo. Lars Ulrich no cejaba de moverse y de acelerar a la audiencia desde su set de batería situado en el centro del escenario, evidenciando la importancia capital que tiene la percusión y el danés en el peso de la banda.


Todos aportaban y sumaban, como los solos que se marcaron Hemmet y Trujillo que desembocaron en una versión del Los Rockeros van al Infierno de Barón Rojo. El espectáculo estaba estudiado al mínimo detalle, tratando de dar un toque personal por su visita a la capital, siempre con la intención de lanzar guiños y agradar -como la aparición de la bandera española en los monitores- o los diálogos con el público para comprobar quién asistía por primera vez a un concierto de Metallica o quién estuvo en el viejo Pabellón del Real Madrid.


Tras rescatar el Last Caress, versión de los Misfits, llegaba una buena ración de himnos de distintas etapas con Moth Into The Flame, del último álbum, colándose en un tridente indispensable formado por Sad But True, One -intercalando imágenes a través de los monitores de la película 'Johny cogió su fusil', en la que se basa la letra del tema- y siguiendo con Master Of Puppets.

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Con las dos horas de concierto cumplidas se produjo el primer descanso largo y el consiguiente bis compuesto de Blackened, una sentida versión de Nothing Else Matters en la que todo el mundo se sumó a cantar alguna estrofa y se terminaba con la triunfal Enter Sandman, digno colofón a un tour donde de poco ha importado la gran presencia de temas del nuevo disco porque en directo adquieren otra dimensión, la que da uno de los mejores grupos de la historia del rock, demostrando constantemente su poderío desde el escenario, como esta noche.

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